Cada
día al despertarnos, cruzamos un puente
y lo hacemos creyendo que ese camino es el correcto…
A
veces cruzamos con tal entusiasmo, que no imaginamos del otro lado nos espera un
cachetazo… ¡Y como duele! Pero más que el cachetazo mismo, nos duele ver como
se destruye lo que habíamos planeado, no
estar preparados para recibir un golpe cuando tal vez, imaginamos todo lo contrario…
Hay
puentes largos, puentes cortitos.
Puentes
bajos y esos otros que al asomarnos, comprobamos
atraviesan un gran precipicio; esos son los puentes que muchas veces nos da
miedo cruzar porque sentimos no nos van a aguantar, los vemos inestables, tememos
tambalearnos y caer al vacío… y sin embargo, muchas veces esos puentes, por más
duro que resulte cruzarlos, son los más adecuados, los que conducen a ese lugar
al que estamos destinados, llámese paraíso, isla, rincón, familia, amor…
Hay
puentes rebuscados, que se enroscan de tal forma que si no terminamos
enredados, seguramente terminamos
mareados.
Hay
puentes que atraviesan tormentas, otros que las evitan.
Puentes
repletos, puentes solitarios.
Hay
puentes rotos, que nos obligan a retroceder porque no conducen a ningún lado.
Puentes
simples pero imprescindibles.
Puentes
cuesta arriba, puentes cuesta abajo…
Hay
puentes que conectan, que se cruzan en el camino y nos presentan la gran
encrucijada: Norte , Sur, Este, Oeste…. Tal vez ni siquiera sean esas las
opciones, porque hasta los puntos cardinales tienen sus múltiples variantes:
sudeste, nordeste, sudoeste, noroeste…
Hay
puentes con forma de luna, son esos en los que quedamos colgados de su parte más profunda … Resultan necesarios
cuando debemos detenernos, o ir a paso lento mientras decidimos… pero cuidado, si seguimos mucho tiempo
detenidos veremos no solo pasar el tiempo, sino también los sueños y las posibilidad
de seguirlos y la oportunidad de cumplirlos…
Hasta
los puentes “piquetes” son a veces necesarios, porque te obligan a hacer una
pausa cuando estás muy acelerado.
Y
están los peores: los puentes que succionan, los puentes que te atrapan, los
puentes que te atrasan. Los que te atan al pasado y no te dejan avanzar. Es a
estos a los que hay que quemar, porque tan solo por tenerlos a la vista, ya nos
hacen mal.
A
la distancia es sencillo ver que puente te deja varado, que puente da
demasiadas vueltas y cuál es el acertado. Como dijo Bertrand A W
Russell “Lo más difícil de aprender en la vida
es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar”.
Tropezaremos,
tambalearemos, cambiaremos el rumbo las veces que sea necesario pero siempre podremos volver a empezar si abandonamos aquello que no nos permite avanzar.
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